No puedo evitar preguntarme qué causas han llevado a la educación, los modales, las buenas costumbres, el espíritu de sacrificio y de lucha al grado de deterioro que estos valores humanos, respetados hasta hace muy poco, evidencian en una gran cantidad de adolescentes y niños. No logro responder esta pregunta existencial que me formulo una y otra vez. Lo que surge reiteradamente es que no lo sé.
Tomemos, por ejemplo, dentro del aspecto deportivo, el tenis: Los adolescentes siempre imitan al jugador o jugadora que exhiben malos comportamientos dentro de las canchas.Es muy común escuchar: "Uy, Federer es un amargo y muy aburrido". Paralelamente, los futuros jugadores imitan las conductas de Lleyton Hewitt, y se expresan con palabras despreciativas, gritos agresivos y caras amenazantes hacia sus rivales. Lo mismo hacen con el actual número 1 del mundo, a quien, en lugar de copiar su técnica, imitan en sus gritos y saltos sorprendentes cuando gana un punto en el cual la pelota ha pasado la red una veintena de veces.
Mientras tanto, el jugador que ha batido la mayoría de los récords con una conducta ejemplar es, para la mayoría de los adolescentes e, incluso, los mayores, un amargo y aburrido, sin prestar atención a su juego y técnica, que son excelentes y deberían ser imitados por los jugadores y enseñados por sus profesores y entrenadores.
Creemos que esta elección proviene de un mensaje que tiene décadas y es que todo lo que se relacione con el cumplimiento de las reglas y la corrección es mal visto por los menores, quienes toman en cuenta el mensaje enviado por mayores que, en diferentes formas, propician la idea de que la autoridad es mala y significa autoritarismo.
La primera rebelión de los menores es contra sus padres, a quienes frecuentemente maltratan en forma directa o indirecta. Frente a esta rebeldía, los mayores, en lugar de enfrentarlos y educarlos, callan, para luego premiarlos con regalos y viajes de que ellos carecieron cuando tenían la edad de sus hijos.
En el pasado, si un padre daba una opinión o una orden, el hijo no discutía ni cuestionaba, tuviera o no razón, así era porque, de chicos, se nos enseñó que en la casa había siempre una autoridad a la que se debía obedecer. En la casa, a los padres; en el colegio, a los maestros; en el club, al gerente o al cuidador; en las plazas, a los guardianes. El concepto de obediencia a la autoridad era conocido, acatado y respetado por los niños.
Hoy, la realidad refleja todo lo contrario. Los padres son ignorados, pues nada hacen para educar a los hijos. "No, yo no le digo nada, a ver si sale un chico infeliz, que lo oriente el profesor o que lo eduquen en el colegio"."Si no los dejás hacer lo que quieren los inducís a que te mientan". Frases como las precedentes indican la confusión de padres facilistas que no enfrentan la situación, amparándose en argumentos insostenibles.
Si el resultado de esta conducta paterna fuera un desempeño sobresaliente de los adolescentes, no se podría alegar nada en contra de ellos, pero la realidad muestra lo contrario. La mayoría de los jóvenes ha adoptado conductas impropias, no estudian, no trabajan, no duermen, salen a horas ridículas y, para estar despiertos, toman energizantes que, sumados al alcohol, dañan su salud; además, recurren a drogas como la marihuana, la cocaína y el éxtasis, sin medir las consecuencias.
¿Qué significa la toma de los colegios sino una rebelión ante la autoridad? Los toman aspirando a ocupar los cargos directivos o a participar en el consejo educativo. Pretenden organizar los exámenes, los temas, las formas de calificación, las fechas de las pruebas y los programas de estudio. También toman colegios pidiendo estufas, sin reparar en que, cuando salen a bailar en invierno, en horas de la madrugada, lo hacen en musculosa y vestidos livianos y si los padres les dicen: "Abrigate, Carlos" o "Hace frío, Marina", contestan en forma lapidaria: "Soy joven; no tengo frío; no soy un viejo". Lo llamativo en estos casos es que, luego, el lunes, toman el colegio porque no hay estufas.
Todo lo que signifique obedecer reglas se ha mostrado, en los últimos tiempos, como algo indeseable y quien intente imponer el cumplimiento de reglas escritas ha sido calificado como autoritario. Nada más lejos de la realidad. Por eso Roger Federer tiene el mote de aburrido: es un deportista que cumple las reglas.
Los padres que intentamos educar a nuestros hijos con las pautas tradicionales somos calificados como "dinosaurios" y los maestros son ignorados como un semáforo descompuesto. Todo lo que recuerde y refleje la autoridad es malo.
Tomemos otro ejemplo: los programas de TV de más rating son otra muestra de la negación a que someten los productores y directores de los canales a la audiencia.Bailes prostibularios, que causan vergüenza ajena, se repiten luego en horarios accesibles a los chicos. La enseñanza que pregonan, con bombos y platillos, diferentes medios, respecto de que el sexo es una cuestión de elección, sólo evidencia una falsa educación sexual, que dista mucho de ser seria y eficiente.
La aberración máxima de anteponer el derecho de la mujer a la vida de su hijo vivo en su vientre es parte de un todo que legaliza la gran mala educación de nuestros hijos, que están creciendo en un país que desprecia la autoridad, calificándola equivocadamente de autoritarismo, y que facilita la caída de muchos jóvenes en la delincuencia, la droga, el alcohol, la vagancia al tiempo que se presentan desafiantes frente a toda clase de autoridad.
Creemos que la vuelta a las fuentes aportaría una solución a este grave problema. Para ello, los padres tenemos que estar presentes y enfrentar cada situación dándole la importancia que merece.
Los padres debemos expresar nuestra autoridad y aprender a decir no; los maestros, deben ser respetados y defendidos por nosotros, cuando sancionen a nuestros hijos, y, si tenemos que pedir explicaciones, según los casos, hacerlo en un marco de respeto y cuidado a la autoridad del educador.
Ocurrió, días atrás, que un amigo cuyo hijo fue sancionado en una institución, aceptó la sanción, no sin alegar que ahora iba a exigir al maestro que sancionara a otros también y no sólo a su hijo. Estas actitudes no hacen más que alentar en los adolescentes las malas conductas y el constante desafío a la autoridad que tengan delante.
Los padres debemos volver a asumir nuestro rol de padres y no de amigos o cómplices de nuestros hijos: somos padres. Tenemos que apoyar a las autoridades educativas en la toma de decisiones y trabajar para intentar revertir este presente de adolescentes que no saben saludar, decir gracias, pedir permiso, ayudar a los mayores a cruzar la calle, ceder el asiento en los medios de transporte, que no escuchan o lo hacen en forma burlona, cuando una persona mayor les habla.De no cambiar estas conductas, que también son practicadas por algunos mayores, y de seguir así, el día de mañana serán verdaderos adultos infelices.
Alejandro Olmedo Zumarán.
FUENTE: LA NUEVA PROVINCIA. 26/10/08
1 comentario:
Totalmente de acuerdo! Esas cosas se han perdido, y son las que construyen una comunidad, basada en el respeto y en la tolerancia... Me da miedo el futuro... saludos!
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