El 12 de julio de 2005 analizábamos en NOTIAR con el titulo: "Sobresueldos y ausencia de moral", los comportamientos de los políticos y los miembros de la sociedad argentina.
Decíamos entonces: "Quienes son los responsables de dirigir los destinos de la República han evidenciado constantemente, salvo honrosas excepciones, un desapego por el cumplimiento de las normas jurídicas y las morales que son las que conciernen al fuero interno o al respeto humano".
A continuación hacíamos un recuento de algunos de los comportamientos habituales en nuestra masa social que nos demuestra lo lejos que estamos de ser una sociedad madura y comprometida con el progreso de la Nación.
Eran diez puntos pero sólo recordaremos cuatro:
1) Intentar coimear a un policía para evitar ser multado y luego contarlo como una hazaña en una reunión de amigos.
2) Conducir a mayor velocidad que la permitida, no respetar los semáforos en rojo, no dar prioridad de cruce al peatón, abusar del uso de la bocina, estacionar o detenerse en lugares prohibidos.
3) Sacar la basura en horas y días que la ley lo prohibe.
4) Caminar por las calles tirando papeles en las veredas haciendo caso omiso de los cestos a la vista.
Llegando al final del análisis nos planteábamos los siguientes interrogantes:
1) ¿Qué puede suceder con una sociedad donde la mayoría de sus miembros no cumple las normas básicas de convivencia social y luego, entre esos incumplidores, se elige a quienes ocuparán los cargos de jerarquía, como juez de la Nación, legislador o presidente de la Nación?
2) ¿Puede una sociedad cuya mayoría hace del incumplimiento a las normas una regla y el respeto a ellas la excepción clamar a sus gobernantes, legisladores, jueces, ministros y funcionarios del Estado que tengan moral y honestidad?
Para finalizar proponíamos lo siguiente:
"Como punto de partida para solucionar este problema crucial que atañe a nuestra República, propongo que todos los habitantes de la Nación comencemos por cumplir esas normas, que para muchos son irrelevantes, pero constituyen la base del respeto y de la madurez que es patrimonio de una sociedad avanzada. Cuando comprendamos el valor que significa para una Nación el cumplimiento irrestricto de la ley, que toda norma debe ser respetada sin excepción y que esto debe ser transmitido a nuestros descendientes, ese será el primer paso hacia la construcción de un país serio..."
De esto se cumplirán cuatro años el 12 de julio y al parecer estamos lejos de haber comenzado cómo sociedad a cumplir las normas que para muchos son irrelevantes, porque continúan siendo ignoradas por la mayoría de los habitantes.
A medida que transcurre el tiempo estamos más y más distantes de comprender el valor que tiene para una Nación el cumplimiento irrestricto de la ley.
A esta altura, no hay ninguna duda que quienes más se han alejado de los postulados, principios y garantías de las leyes y sobre todo de la Constitución Nacional son los actuales responsables de dirigir los destinos de la Argentina.
Si hace cuatro años proponíamos que todos comencemos por cumplir las normas sean estas mas o menos relevantes, pensando en la formación de las generaciones futuras, en la actualidad las irregularidades, la corrupción, la mal llamada viveza criolla que no es otra cosa que el incumplimiento liso y llano de la ley, la violación constante y sistemática de los principios y garantías constitucionales se han incrementado hasta límites rayanos en el delito, que es tolerado e incentivado para cubrir desde el gobierno su propia inconducta.
Tomando en cuenta además el agravante de haber casi inutilizado dos de los tres poderes que conforman un Estado Republicano, extremo alarmante cuando el legislativo y el judicial hacen lo que les dice quien comanda el ejecutivo, y quién comanda dicho poder es una títere que obedece los deseos de quién verdaderamente dirige el país sin ocupar ningún cargo gubernamental, el panorama se complica y resulta en sumo grado amenazante de la estabilidad de la Nación Argentina.
El grado de inmoralidad, perversidad y anarquía al que hemos llegado era inimaginable y aún hoy cuesta creer que estemos viviendo esta situación.
Asimismo, si tomamos en cuenta la opinión de analistas avezados en temas políticos, éstos nos anuncian que la situación actual todavía puede empeorar ya que, de ganar las elecciones, sea en junio o en octubre, los responsables de este funesto presente podrían caer en una forma de gobierno dictatorial y revanchista que haría trizas el futuro de la Argentina.
La moral y la dignidad han sido derrotadas por la violencia irracional del poder en ejercicio, violencia que se instrumenta por medio del arma más descarnada que ciertos hombres hoy no pueden resistir, el dinero.
El dinero hace que gobernadores anuncien que adherirán a la coparticipación federal de las retenciones a la soja ofrecidas por el gobierno, olvidando que las conciencias de los que estamos decididos a no vendernos no los perdonaran ni justificaran por haberse rendido ante esas deshonrosas concesiones
¿Hubiesen hecho lo mismo Domingo F. Sarmiento, Arturo Illia, José de San Martín o Lisandro de la Torre?
Seguramente no, porque tenían como valores principales la moral, la honestidad, la dignidad y el progreso de la República. Su ejemplo nos indica justamente lo contrario de lo que esta aconteciendo: no ceder a las extorsiones, a las dádivas impropias y toda manipulación que mancillara nuestro honor.
Estos valores, perdidos también en el mundo entero, se han extinguido aceleradamente en la Argentina donde la dignidad, la honestidad y la moral son utopías y cuentos de ciencia ficción para gran parte de la sociedad y para casi todos los políticos.
Cuando la mayoría de los integrantes de una sociedad antepone el beneficio personal, el de sus parientes y sus amigos a las leyes, paraliza sus defensas radicadas en la ley y en las Instituciones para caer enferma. Esta es una enfermedad terminal y a nadie escapa el conocimiento de cual es el final que nos espera.
Alejandro Olmedo Zumarán.
"Ayudemos... a convertir el desencanto acumulado en una lección y no en una lápida": Santiago Kovadloff, La República sigue siendo una ausencia (El Mirador, "La Nación" 3/04/2005).
Ante la inmoralidad y la ineficiencia de la clase política para resolver los problemas que asolaban a la Nación años atrás, la ciudadanía salió a las calles clamando el ya olvidado e incumplible "que se vayan todos...".
Actualmente, como en el pasado ocurrió con el bochornoso hecho, nunca aclarado, de las coimas en el Senado, otro asunto muestra la deshonestidad de quienes nos han gobernado. Es el que trata los sobresueldos que percibían los ministros y secretarios del Estado Nacional vía fondos reservados de la SIDE o empresas privadas, dinero que no debería haber sido aceptado por el funcionario de turno. Tampoco hay certezas si en los días que corren esta práctica ha sido dejada de lado.
En la edición on line de "La Nación" se realizó una encuesta en la que votaron 18.477 personas ante la pregunta ¿Cree usted que en este gobierno se pagan sobresueldos? El 87,40% expresó que sí, lo que demuestra el desprestigio que tienen los funcionarios encargados de administrar la cosa pública.
Quienes son los responsables de dirigir los destinos de la República han evidenciado constantemente, salvo honrosas excepciones, un desapego por el cumplimiento de las normas jurídicas y las morales que son las que conciernen al fuero interno o al respeto humano.
La duda que invade mi espíritu es la siguiente: gran parte de los políticos ¿es inmoral o la sociedad argentina lo es también en su mayoría?
Analizando comportamientos sociales cotidianos, nos dan una pauta del perfil de la sociedad.
1) Intentar coimear a un policía para evitar ser multado y luego contarlo como una hazaña en una reunión de amigos; 2) conducir a más velocidad que la permitida, no respetar los semáforos en rojo, no dar prioridad de cruce al peatón, abusar del uso de la bocina, estacionar o detenerse en lugar no permitido; 3) sacar la basura en horas y días que la ley lo prohibe; 4) caminar por las calles tirando papeles en el piso y no en el cesto; 5) comer productos en las góndolas de los supermercados y luego tirar el envase en el piso o no anunciarlo a la cajera cuando abonamos; 6) no dejar el asiento a las mujeres embarazadas ni a las personas mayores en los medios de transporte público, a pesar del cartel que indica la obligación; 7) caminar con paraguas bajo los balcones cuando diluvia, no dejando pasar al transeúnte que no lo tiene; 8) entrar en el subte y no dejar salir del vagón a quien intenta descender; 9) el afán por querer saltear a quienes nos preceden en las colas; 10) el incumplimiento del horario por parte de muchos profesionales que atienden a sus pacientes o clientes después de la hora prefijada.
Podría continuar, pero con estos diez puntos es suficiente para plantear los siguientes interrogantes:
1) El impracticable pedido de "que se vayan todos" fue dejado de lado por el hecho de que la mayoría de los componentes de la sociedad no cumple las normas básicas de convivencia social y, por lo tanto, los futuros reemplazantes elegidos dentro de esta sociedad tampoco las respetarían. Una persona que no cumple con las normas a las que está obligado como ciudadano ¿puede ser un funcionario honesto e idóneo en la función pública?
2) Existe la creencia de que el ejemplo debe venir de arriba hacia abajo, del padre al hijo, del maestro al alumno, del gobernante a sus gobernados.
¿Qué puede suceder con una sociedad donde la mayoría de sus miembros no cumple las normas básicas de convivencia social y luego, entre esos incumplidores, se elige a quienes ocuparán los cargos de jerarquía, como juez de la Nación, legislador o presidente de la Nación? ¿Puede una sociedad cuya mayoría hace del incumplimiento a las normas una regla y el respeto a ellas la excepción clamar a sus gobernantes, legisladores, jueces, ministros y funcionarios del Estado que tengan moral y honestidad?
Como punto de partida para solucionar este problema crucial que atañe a nuestra República, propongo que todos los habitantes de la Nación comencemos por cumplir esas normas, que para muchos son irrelevantes, pero constituyen la base del respeto y de la madurez que es patrimonio de una sociedad avanzada. Cuando comprendamos el valor que significa para una Nación el cumplimiento irrestricto de la ley, que toda norma debe ser respetada sin excepción y que esto debe ser transmitido a nuestros descendientes, será el primer paso hacia la construcción de un país serio que, seguramente, tendrá, como merecemos todos, presidentes, legisladores, jueces, ministros y funcionarios probos y honestos que entenderán de una vez por todas el significado de tener el honor de servir a la Patria desempeñando un cargo público; y que ese honor no debe ser mancillado por el beneficio personal que tanto ha primado en nuestros últimos dirigentes.
Como expresara el gran novelista y dramaturgo ruso Anton P. Chejov, "los inteligentes son los que quieren aprender; los otros, enseñan".
Alejandro Olmedo Zumarán
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