viernes, 7 de mayo de 2010

¿HACIA UNA GENERACIÓN BOBA?

Hace 25 años trabajo en la actividad deportiva con niños y adolescentes, enseñando la práctica del tenis.

En 1985 sorprendía que algunos (pocos) niños, los menos, se negaran a aceptar consignas, sugerencias y obligaciones como por ejemplo al finalizar la clase juntar más de un centenar de pelotas entre todos, para que los chicos del turno siguiente pudieran comenzar a horario. A nadie se le ocurría discutir o preguntar porqué haríamos tal tarea.

Recuerdo en una ocasión en 1990 cuando estaba finalizando la clase y la mayoría de los chicos se encontraban juntando las pelotas una de las niñas no solo no juntaba sino que sacaba las pelotas del canasto y las arrojaba nuevamente a la cancha. Cuando la sorprendí la reprendí muy severamente y la eché de la clase. La chica se fue llorando. Luego vino su madre y la alumna le contó que yo le había gritado mucho, que era muy malo porque la había echado de la clase y que ella no había hecho nada. La madre le respondió: Si Alejandro te echó es porque hiciste algo malo y jorobate.

Tuve casos como este muchos a lo largo de estos 25 años pero nunca se repitió la primer respuesta de la madre a su hija, en todos los casos posteriores las madres vinieron a reclamarme por qué había echado a la nena o al nene y que además no tenía derecho a gritarles y que entonces iban a ir con otro profesor porque yo no tenía paciencia. Yo les respondía que debido al comportamiento de sus hijos pensaba que venían a disculparse por el maltrato que había recibido pero contrariamente ellas venían a respaldar el mal comportamiento de sus hijos. Algunas se iban llorando otras me insultaban.

En nuestra época, en los 70, había más educación y sobre todo, respeto tanto por quién representaba la autoridad, como por el prójimo. Alguno dirá que era una sociedad acostumbrada al autoritarismo.

Volviendo a los chicos, en nuestra experiencia de un cuarto de siglo, hemos comprobado que cada generación, o degeneración, se presenta más irrespetuosa hacia los profesores, no logran seguir las consignas ni las pautas que se les comunican y en muchos casos lisa y llanamente no quieren. Constantemente expresan:

¿Por qué hacemos este ejercicio? o ¿por qué no hacemos algo más divertido? o ¿por qué hacemos siempre lo mismo?

En estas preguntas hay por lo menos tres situaciones:

1) Creemos que este cuestionamiento debiera ser evitado por los alumnos, ya que, no lo hacen para saber los beneficios del ejercicio sino que es una pregunta qué pretende descalificar el ejercicio y crean un mal clima para el dictado de la clase. En mi infancia a un profesor de cuarenta años que toda su vida se había especializado en una actividad no se le cuestionaba la necesidad de hacer un ejercicio.

2) Es un tema importante que la diversión vaya acompañando al aprendizaje. En la actualidad la enseñanza tiene que ser divertida para, según muchos especialistas, psicopedagogos y demás profesionales, sacarle la presión al niño, no aburrirlo en la apreciación que cuando esto ocurra el resultado será óptimo. Nada tan alejado de la realidad, ya que los chicos aprenden cada vez menos, se consideran capacitados para elegir qué hacer, qué aprender y hasta cómo deben ser examinados, convirtiendo al profesor en una especie de dependiente de los niños y alumnos. No es cuestión que el maestro, instructor o profesor sea divertido, sino que el profesional sepa y sea idóneo y los alumnos lo respeten. Por tratarse de una actividad deportiva no obligatoria siempre tienen la opción de dejar su práctica si no es de su agrado.

3) Esta respuesta va conectada con la segunda. Hay muchas actividades donde su esencia es siempre la misma. Las variaciones son mínimas a través de los tiempos. En el tenis siempre se enseña el drive, el revés, el saque, la volea y algún otro golpe más. A medida que el niño progresa se van agregando más ejercicios, (que desgraciadamente muchos llaman tips). En definitiva son siempre los mismos, aunque tengan una mínima variación, como por ejemplo en la actualidad se colocan conitos, mini redes, pelotas de goma muy livianas con el objetivo de hacer divertido y colorido el ambiente donde se realizará el aprendizaje. Recuerdo que a muchos nos encantaba la práctica con el profesor y su canasto detenido tirando pelotas para practicar los golpes y recreando jugadas que sucedían en los partidos, para nosotros era lo más divertido. Hoy en día los chicos detestan estas prácticas, porque son aburridas, dicen. En realidad la razón es el gran esfuerzo que requieren y para el cual no están preparados, porque a un chico de los 2000 que se comunica por computadora con Shangai y habla con su amigo o compañero y simultáneamente lo ve, es muy difícil convencerlo de que corra sesenta pelotas de lado a lado y haga ejercicios que requieren concentración, destreza física y mucha atención. Este es otro tema que tocaremos en otro ensayo.

El título de este artículo se pregunta si estamos ante: ¿“La generación boba”?. Algunos dirán porqué.

Creemos que muchos chicos de hoy son víctimas de enfermedades que en nuestros tiempos no existían, como por ejemplo la bipolaridad, el síndrome de hiperactividad o el déficit de atención, llamado ADD-H con o sin hiperquinesia. En muchos de estos casos deben concurrir a la escuela con un psicopedagogo, son patologías que no existían o no se conocía su existencia quizá el niño era tratado como un maleducado y ahí terminaba la cuestión, hoy no es así.

Nunca como en estas casi tres décadas hemos visto tantos chicos perturbados, conflictivos, violentos, que no pueden coordinar movimientos simples, que al caminar se tropiezan y se caen o que ante el movimiento más simple se frustran por no poder hacerlo. Ocurren determinadas situaciones que nos sorprenden y resultan increíbles.

En nuestra época y no es que queramos decir que éramos mejores, las zapatillas de tenis eran de lona simple y con una suela tan delgada que una tachuela la traspasaba. Teníamos un solo equipo o dos, y no de marca, las raquetas que utilizábamos eran nacionales de madera y pesaban medio kilo. No teníamos pelotas, jugábamos con cualquier pelota usada que para los grandes estaban acabadas. Íbamos al frontón y estábamos horas practicando solos o con algún amigo. En la escuela teníamos un profesor para diez chicos y la cita era una vez por semana. Ahora somos seis profesores para una cantidad mayor de alumnos pero que no sextuplica la de hace treinta años, usan zapatillas con cámara de aire, con suela que se adhiere más a la superficie de la cancha y que prácticamente vuelan solas, las mejores raquetas con materiales que hacen que cualquiera pueda ejecutar un saque a 140 km con poco esfuerzo. Las prendas son de la línea de Rafael Nadal con dry fet (qué no le llega a los talones a la clásica prenda de algodón), pelotas nuevas y juegan tres veces por semana si es que asisten y su tortuosa doble escolaridad de ocho horas, y eso no los deja destruidos física y mentalmente.

No obstante todos estos adelantos los alumnos juegan un nivel muy pobre y no aceptan consejos. Es cierto que todo ha cambiado. Los profesores, no sólo los de tenis sino de cualquier actividad educativa o deportiva han transmutado y ahora se presentan temerosos y dispuestos a realizar lo que el alumno disponga, no sea cuestión de contrariarlos y que les digan a sus padres que quieren cambiar de profesor o abandonar el deporte. Aquí entran en acción los otros protagonistas de la historia, los padres que en gran mayoría de los casos son en ciertos casos inmaduros, maleducados, irrespetuosos y más limitados que sus hijos.

Hemos visto cómo un chico de diez años se dirigía al padre expresando: “Dale b….., quiero ir al mc, a comer, llevame que tengo hambre” o “No me molestes que estoy cansado y no tengo ganas de jugar ni hacer nada, no seas n…”

En esos momentos, cuando los escuchamos hablar así reflexionamos:

¿Si se dirigen de esta manera a los padres cómo podemos pretender los profesores que nos respeten?

Con rigor, nos sugieren algunos. Con rigor será difícil ya que en pocos minutos tendremos a la madre o al padre denunciándonos por malos tratos, basándose en la “Convención de los derechos del niño” que dicho sea de paso los consagra como los únicos sujetos de derecho que están exentos de toda obligación, hasta pueden matar y quedarán libres al poco tiempo.

Con el ejemplo, nos dicen otros. ¿Qué ejemplo podemos dar frente a una sociedad en la que sus mayores arrojan papeles en la calle, coimean policías, no se detienen y hasta lo insultan cuando un peatón cruza la senda peatonal, cruzan semáforos en rojo y violan la mayoría de las normas básicas de urbanidad? Quien actúa en forma contraria será considerado como polémico, conflictivo y negativo.

Así está el país con padres que no asumen su rol y siguen viviendo una interminable adolescencia e hijos que no respetan en primer lugar a esos padres inmaduros ni a nadie, porque se les ha inculcado desde su nacimiento que la autoridad es algo nocivo y que nadie la tiene sobre el otro.

Así llegamos a la anomia actual, cada padre, cada hijo, cada trabajador, cada empleado, cada político, cada diputado, cada senador y cada ciudadano tiene su ley y la aplica según le convenga o no, como si se probara un traje a medida. Todo lo relacionado con la autoridad es considerado autoritarismo, represión e intolerancia y esto se traslada a todos los niveles, es frecuente que un encargado de una repartición pública que pide la identificación a un visitante sea insultado por éste quien lo increpa diciéndole: ¿Vos sos un portero, qué me estás pidiendo, estás loco?

Mientras los chicos se presentan además de maleducados, ingobernables e insoportables muchos acusan problemas psicológicos. Hemos sido testigos del caso de un niño de ocho años tirando botellas desde una terraza a una pareja de ancianos que caminaba por Palermo. Otro caso es cuando se arrojan se arrojan pelotas de tenis entre ellos y con mucha violencia pudiendo terminar muy lastimados de acertar el envío en la cara del compañero. O como pasó cuando en una ocasión uno de estos niños cortó la frente de uno de los profesores al tirar su raqueta por haber perdido un punto en un juego. El profesor no hizo denuncia alguna porque temía represalias por parte de los padres y que por alguna causa esta situación le provocara la pérdida de clientes que deseaban tomar clases particulares.

Esto que describimos sucede en todos los niveles, en mayor o menor medida. Los tenistas profesionales no son respetuosos con sus entrenadores a los que contratan más que por su sabiduría y capacidad por tener una compañía que haga lo que ellos desean en cualquier momento.

Muchos afirman:

Yo soy número 24 del mundo y vos no fuiste ni 150, con lo cual descalifican al entrenador por no haber llegado a jugar en un puesto similar, lo cual no tiene nada que ver, porque el aporte de conocimientos no depende solo de haber sido gran jugador, sí tiene importancia haber vivido y ser parte del tenis profesional. Requiere mucha idoneidad estudiar el juego de los rivales, los golpes que se deben mejorar, además de la forma en que tiene que actuar frente a un profesional de gran nivel y esto no depende de que el entrenador haya sido 10 o doscientos del mundo sino de muchas otras cosas que exceden si estuvo entre los 10 primeros del mundo..

Concluyendo, quisimos describir lo que ocurre en la actividad deportiva y compararla con la educativa tradicional, en cuanto a la falta de respeto hacia los terceros, el poco apego a querer aprender y a escuchar con atención a quién es el maestro o profesor.

Tiempo atrás escuchando un programa de radio una oyente le contaba al conductor que ella se sentía discriminada en su facultad porque el profesor no la escuchaba cuando ella hablaba. El conductor respondió:

A la facultad yo iba a aprender no a opinar, vos tenés que hacer lo mismo, no vas a opinar o a discutir con el profesor sino a aprender y comenzá por aprender a escuchar a alguien que sabe más que vos.

Alejandro Olmedo Zumarán.

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